Un juego para conseguir que los niños se interesen por la ciencia
Cada vez que sale a la luz un estudio sobre las carreras universitarias más cursadas frente a las más demandadas por el mercado laboral se pone de manifiesto una contradicción. Los estudiantes siguen eligiendo grados que tienen que ver con ciencias sociales y jurídicas (desde administración y dirección de empresas a comunicación o filologías), mientras que las empresas buscan ingenieros y técnicos. Cierto que los educadores y especialistas aconsejan elegir los estudios superiores teniendo en cuenta los gustos y cualidades más que las expectativas de trabajo futuras. Al fin y al cabo, en estos tiempos complejos, no existe una fórmula ganadora para acceder al empleo. Sin embargo, las preferencias personales por sí solas no explican la enorme descompensación que existe entre los matriculados en las distintas carreras. Según datos del Instituto Nacional de Estadística, sólo el 5,9% de los alumnos eligen la rama de ciencias, frente al 47,4% que se decantan por estudios sociales. Algo parece indicar entonces que hay un buen número de potenciales vocaciones que se pierden por el camino en primaria y secundaria. No hay más que observar a un niño para darse cuenta de que dentro de cada uno de nosotros hay un científico. La curiosidad, como en el caso de los gatos, nos viene de fábrica. Pero sólo algunos siguen esa senda, mientras que la mayoría nos quedamos por el camino desanimados por los logaritmos neperianos y las teoría general de la relatividad.
Jill Vanparys fue una niña de curiosidad gatuna -tal vez por eso su compañía actual se llama Curious Cat- y con facilidad para las asignaturas científicas. Siempre sacó excelentes notas en matemáticas y física, pero cuando llegó el momento de elegir carrera se decantó por el diseño, tal vez temerosa de que el tedio experimentado durante el bachillerato se prolongara más años. “Cuando tenía 10, 12 o 14 años, explica Vanparys, la ciencia era algo que tenía que aprender de memoria, pero no sabía qué se podía hacer con eso. Nosotras queremos cambiar esa percepción. Mostrar que con la ciencia se pueden solucionar problemas, cambiar el mundo y además divertirte mientras lo haces”. La herramienta que Vanparys ha elegido para hacer que la ciencia sea algo emocionante ha sido una aplicación llamado Ava and Trix: un videojuego en el que dos hermanas corren aventuras y se enfrentan a problemas que deben resolver con elementos de la vida cotidiana. La propia Jill Vanparys describen el estilo de sus creaciones como una versión actualizada de MacGyver (la mítica serie televisiva de los ochenta), gracias a la cual los niños pueden aprender nociones básicas de física y química.
Ava and Trix se utiliza actualmente en 250 escuelas de Bélgica y su creadora fue galardonada por el MIT como una de las jóvenes innovadoras menores de 35 por su aporte para que “la enseñanza de las ciencias sea divertida”. La aplicación fomenta la colaboración entre los profesores y los alumnos, fomentando el acercamiento por parte de los niños al método científico. Vanparys afirma que, aunque hagamos el esfuerzo de imaginar cómo creemos que será la vida de los niños en el futuro, no podemos estar seguros de acertar. Por eso, nuestra obligación es enseñarles “a resolver problemas y a desarrollar un pensamiento creativo”. Y no hay nada menos aburrido que la creatividad.
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